Pau Guilabert Martín

Todos somos conscientes de la reciente compra de Twitter por parte del segundo magnate más excéntrico de nuestros días, Elon Musk (por supuesto, el primero siempre será nuestro “queridísimo” Donald Trump). Tanto dentro como fuera de la plataforma, el debate ha sido intenso y, como siempre, las opiniones han sido diversas. A estas alturas, los medios de comunicación han demostrado su reiterada capacidad de presentar y discutir la actualidad sin realizar ningún tipo de análisis mínimamente fundamentado.

Sin embargo, hoy no vengo a criticar la incapacidad crítica de gran parte de los tertulianos o columnistas, únicamente presento estos hechos para justificar el porqué de este artículo. Si el debate público tuviera un nivel de rigurosidad lógica dentro de los límites de lo aceptable, sería difícil que yo pudiera hacer cualquier tipo de comentario que aportara un conocimiento mínimamente interesante, pero como no es así, me atreveré a exponer unas breves anotaciones sobre la cuestión.

Lo que había en la era pre-Musk era un equilibrio de poderes por el dominio de Twitter entre millonarios. Esta repartición puede denominarse de muchas maneras, pero desde luego no puede adjudicarse el calificativo de democrática.

De buenas a primeras, se puede decir que la discusión se encuentra dividida en una oposición binaria, por un lado, encontramos aquellos descontentos con la compra de la plataforma por parte de Musk y, por el otro, aquellos que han celebrado su nueva adquisición. Uno de los argumentos más esgrimidos por parte del primer grupo ha sido el de considerar que se ha perdido cierto componente democrático en la plataforma. Que un solo hombre tenga el control sobre uno de los mayores foros de debate público no resulta un muy buen indicador democrático, debemos por lo menos dar ese tanto positivo al argumento. Sin embargo, afirmar que “se ha perdido calidad democrática” parece un tanto arriesgado.

Para perder algo, primero debes tener ese algo. En este caso, ese “algo” son cualidades consideradas como democráticas, cualidades que, por supuesto, no podemos decir que la plataforma tuviera semanas atrás. Los dueños de Twitter, como los de cualquier empresa, son los accionistas. Concretamente, para plataformas online de este tipo, las acciones se suelen repartir entre los grandes grupos inversores y los creadores de dicha plataforma (si es que estos no han vendido sus acciones a terceras partes). En cualquier caso, lo que había en la era pre-Musk era un equilibrio de poderes por el dominio de Twitter entre millonarios. Esta repartición puede denominarse de muchas maneras, pero desde luego no puede adjudicarse el calificativo de democrática.

Hemos pasado de un escenario de pocos, muy pocos, propietarios a otro donde únicamente tenemos a uno. ¿Había en el primer escenario elecciones acerca de quién debía liderar la empresa? Por supuesto que no. ¿Había referéndums para decidir qué medidas debían tomarse para su buen funcionamiento? Por supuesto que tampoco. Pero es normal que no los hubiera, se trata de una empresa privada y, como tal, se entiende que tienen el derecho de hacer y deshacer como les venga en gana. En un sentido minimalista, lo democrático se entiende como un proceso. En este sentido, hemos visto que ni la elección de los “dirigentes” ni la elección de sus normas se realizan gracias a procesos democráticos. Llegados a este punto queda claro que la compra de Elon Musk de la compañía no hace que esta pierda su contenido democrático, pues esta nunca lo tuvo.

Por pura lógica conceptual resulta evidente que, si en términos minimalistas no se logra encontrar un ápice de marcador democrático en la plataforma, mucho menos se logrará teniendo en cuenta una definición maximalista. Las definiciones maximalistas suelen aplicar un doble baremo de medida, donde, al igual que los análisis minimalistas, se analiza que el proceso sea plenamente democrático. Sin embargo, añade una segunda cuestión a analizar: el contenido de dicho proceso.

Incluso en el mejor de los escenarios para sus defensores acérrimos de este tipo de libertad, la situación actual sigue siendo problemática.

Este contenido es de lo más variado y suele incluir indicadores como la garantía de los derechos humanos, la efectiva separación de poderes, la libertad de expresión, etc. Como vemos, esta definición de democracia es más amplia y compleja, pues tiene dos condiciones necesarias para lograr la aprobación democrática. Siguiendo las normas de la lógica formal, podemos concluir que, al no cumplir Twitter una, o ninguna, de las dos condiciones necesarias, en Twitter no hay ni ha habido jamás democracia. Sin embargo, este análisis del contenido democrático de la plataforma (segunda condición de las definiciones maximalistas) nos lleva a hablar de aquellos que ven con ojos favorables la apropiación del magnate.

Estos argumentan que Musk, como el mismo ha jurado y perjurado, es un firme defensor de la libertad de expresión. Este tipo de libertad es considerada por ellos como la piedra angular de la democracia, un bien que debe ser preservado a toda costa. El razonamiento de fondo es el siguiente: tal vez no se cumple la condición democrática procesual, en otras palabras, que la libertad de expresión haya sido elegida y gestionada bajo criterios democráticos, pero la libertad es un bien imprescindible, por lo que no importa como hayamos llegado a ella, únicamente importa que la libertad sea efectiva.

No discutiremos si este es un bien necesario, tampoco si este bien ha de tener algún límite, ahora mismo no nos interesa. Digo que no nos interesa porque, incluso en el mejor de los escenarios para sus defensores acérrimos de este tipo de libertad, la situación actual sigue siendo problemática. Es decir, incluso aceptando que esta deba preservarse a toda costa y que esta no deba tener límite alguno, la alegría provocada por este cambio de manos de la plataforma se sostiene bajo unas premisas muy débiles.

Parece que son amantes de la libertad, pero no entienden ni un ápice de ella. Parece que son amantes de la libertad, pero no comprenden que la estructura de propiedad encierra una asimetría de poder que imposibilita su verdadera expresión. ¿Cómo pueden celebrar esta compra como una victoria? Este preciado bien que tanto aman puede desvanecerse de la noche a la mañana si un buen día Elon deja de estar comprometido con la libertad de expresión. Esta forma de pensar no es nada nuevo, se trata del argumento central de un Republicanismo que se remonta a la Antigua Grecia, el cual se resume en afirmar que depender de la buena voluntad de un superior para poder ejercer tus derechos no es ser libre.

Parece que son amantes de la libertad, pero no comprenden que la estructura de propiedad encierra una asimetría de poder que imposibilita su verdadera expresión.

La verdadera libertad únicamente se puede lograr cuando, además de tener la capacidad de ejercerla, hemos decidido, como sociedad, apostar por ella. Para que una sociedad apueste por la libertad de expresión es necesario que la ciudadanía haga suya dicha libertad, que verdaderamente crea que es algo digno de preservar, defender y ejercer. En otras palabras, la libertad no es únicamente el contenido necesario para la democracia, sino que es un bien al que debemos llegar como resultado de un proceso democrático. De lo contrario, su preservación se vuelve débil y arbitraria a los poderes fácticos. Porque la libertad no se impone, la libertad se crea, y se crea como un proyecto común, pues la libertad no es un ejercicio meramente individual, es un ejercicio colectivo. No tiene sentido plantearla en soledad, ya que la libertad se crea respecto a la alteridad, y la alteridad no existe sin sociedad.

Así pues, únicamente celebraré la libertad cuando esta se encuentre fuera de la voluntad de terceros, para ello es necesario que el debate público no esté capturado en plataformas privadas ni bajo el dominio de las élites económicas o políticas. Esta conclusión se nos plantea como un reto de magnitudes gigantescas, el reto de crear foros de debate público que permitan la deliberación ciudadana. Por lo tanto, con esta compra, no tenemos nada que celebrar.


Pau Guilabert Martín és estudiant de Ciències Polítiques per la UPFactualment també treballa com a comercial nacional i internacional. Membre de deba-t.org des de loctubre de 2019.

 

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