Alejandro García

Ahora que se cumple un año desde que el Estado ruso decidiera lanzar la denominada “operación militar especial”, que desembocó en un conflicto armado que se mantiene a día de hoy, el debate público se ha visto sacudido por choques dialécticos frente a la postura que deben mantener los estados europeos frente a los contendientes. Así, presenciamos opiniones favorables a apoyar a Ucrania (moral, política, económica y militarmente), las mayoritarias, dicho sea de paso, y otras que, sea por una animadversión geopolítica a ese concepto ambiguo que llamamos “Occidente” o sea por otras causas, han hecho uso de un comodín de difícil rechazo para oponerse a apoyar a Ucrania en la contienda, el pacifismo.

Cuando los ucranianos han recuperado el 54% se opta por recurrir a un eslogan de difícil oposición, que es el de buscar la paz en el conflicto.

Aún con una opinión pública favorable a prestar ayuda (incluida la militar) a Ucrania, llama poderosamente la atención, que, de todos los gobiernos que han prestado apoyo al gobierno de Zelenski, el español es, con gran probabilidad, el que tiene opiniones más contrarias en su seno. La facción morada del ejecutivo español, Unidas Podemos, se ha mostrado reticente desde el inicio de las beligerancias a enviar armas. Prueba de ello son las palabras del exvicepresidente Pablo Iglesias —que, pese a que no milita en la actividad parlamentaria, sí que marca la agenda del partido morado—  en su pódcast en contra del socorro, ese célebre “tengo amigos militares”, barnizando su postura con un tinte de experto. A día de hoy, cuando los ucranianos han recuperado el 54% del territorio ocupado por Rusia, el argumento de Iglesias presenta flaquezas. Así las cosas, se opta por recurrir a un eslogan de difícil oposición, que es el de buscar la paz en el conflicto.

De este modo, la secretaria general de UP, Ione Belarra, el pasado 25 de enero abogaba por entablar una vía diplomática, en aras de conseguir la paz, ante el envío de tanques Leopard a Ucrania. Incluso personalidades que han militado en el ejecutivo del PSOE, como Manuel Castells, el antaño ministro de Universidades, hizo un llamamiento a una política de apaciguamiento en un artículo en La Vanguardia, instando a no prestar más apoyo a Ucrania, poniendo como ejemplo al (vergonzante) primer ministro británico Neville Chamberlain, que se arrodilló ante Hitler por conseguir una paz efímera.

La principal crítica que lanzo a este argumento de buscar la paz de cualquier modo es que es se basa en un razonamiento frívolo, que no llega entender la lógica geopolítica del conflicto. La guerra es, siguiendo a la definición clásica del estratega prusiano Clausewitz, la continuación de la política por otros medios.  Que Rusia no hubiera podido mantener al títere Yanukovich en el poder, que la sociedad ucraniana paulatinamente se fuera acercando a posturas proeuropeas y que, en definitiva, Ucrania pasara a estar bajo la sombra del paraguas occidental, lejos de las garras de Putin, es lo que ha provocado que el Estado ruso emprendiera la invasión. En otras palabras, allí donde los medios políticos y diplomáticos han fracasado para que Ucrania siguiera en la esfera de influencia del Kremlin, se ha hecho necesario el uso ilegítimo de la fuerza para los finis operantis rusos.

Allí donde los medios políticos y diplomáticos han fracasado para que Ucrania siguiera en la esfera de influencia del Kremlin, se ha hecho necesario el uso ilegítimo de la fuerza para los finis operantis rusos.

¿Y qué se nos dice para solucionar el conflicto? Que vayamos otra vez a la vía diplomática, cuando estamos en la situación actual, porque la diplomacia no ha bastado para satisfacer objetivos políticos. Eso no significa que debamos conformarnos con el statu quo de guerra y que la guerra deba ser el escenario inmóvil entre ambos países. Significa que hasta que ambos bandos no hayan conseguido manu militari un resultado satisfactorio sobre la base de sus objetivos maximalistas y los recursos empleados, o, en su defecto, el resultado menos nocivo, los contendientes no se sentarán a la mesa de negociaciones. Cada bando intentará lograr todo el territorio que crea o que pueda asegurarse, y la diplomacia será un medio nuevamente cuando el campo de batalla no dé más de sí para los bandos.

Así, Ucrania tiene como objetivo recuperar los territorios en su poder previos a la invasión rusa, incluyendo en última instancia aquellos controlados de facto por Rusia en el este del país y Crimea. Para ello necesita a centenares de miles de soldados adiestrados y bien pertrechados con armamento occidental. Ni el objetivo ni los medios son viables a corto o medio plazo, por lo que a día de hoy el objetivo ucraniano no es realista. Por contraparte, Rusia, tras fracasar en deponer Ucrania a su esfera de influencia, busca afianzar el Donbás, región de mayoría étnica prorrusa, y para ello necesita hacerse con las ciudades de Sloviansk y Kramatorsk, bajo control ucraniano. Los fuertes combates en Bajmut obedecen a la lógica rusa de conseguir en un futuro estos dos enclaves.

La situación apunta a una guerra de desgaste, en la que es probable que transcurran años hasta que uno de los dos países no tenga más fuerzas para seguir en la contienda. Y creo que, hasta que ese momento llegue, la opción de seguir apoyando en todos los frentes a Ucrania es sensata por varios motivos. En primer lugar, por la efectividad de las tropas ucranianas recuperando territorio, en especial cuando engañaron a los rusos anunciando la ofensiva en el óblast de Jersón cuando la ofensiva realmente importante se produjo en el óblast de Járkov. A día de hoy, tanto Jersón como los alrededores de Járkov lucen estandartes ucranianos. En segundo lugar, y siguiendo las declaraciones de uno de los mayores generales estadounidenses, Mark Milley, Rusia ya ha perdido ─está por ver hasta qué grado─, por lo que mantener el apoyo asegura la derrota del Kremlin.

Ahora mismo, nos encontramos ante un envite ruso, probablemente para ganar tiempo y distraer efectivos ucranianos que, enviados al frente, no pueden ser formados por los ejércitos occidentales. En unos meses, es probable que la ofensiva la lance Ucrania, cuyos objetivos podrían ser Melitopol (capturarla sería un game changer), Mariupol (con mucha carga simbólica) o el norte de Lugansk.

Por otro lado, el camino no es de rosas para Ucrania. La movilización parcial anunciada por Putin en septiembre de 2022 ha supuesto un estancamiento del frente debido al refuerzo de tropas por parte de Rusia, lo cual ratifica que el conflicto va para largo. En estos días vemos presiones rusas frente a la ciudad de Bajmut, que está siendo una picadora de carne humana para ambos bandos, y hay voces que alertan al mando ucraniano de retirar a las fuerzas de Ucrania de la ciudad, con el peligro de terminar embolsadas por el enemigo. La llegada de armamento occidental variado proveniente de otros países es de ayuda para el país invadido, pero también constituye un quebradero de cabeza para la logística ucraniana, ya que rompe la regla general de un ejército de tener una logística sencilla y poco compleja.

Rusia ya ha perdido por lo que mantener el apoyo asegura la derrota del Kremlin

Es importante tener en cuenta la capacidad de victoria de un bando a la hora de prestarle apoyo, por supuesto. Pero no es el único factor. De lo contrario, seguiría una lógica consecuencialista. La geopolítica funciona por intereses, y se deben tener en cuenta, pero separar la ética y la moral de esta sería cometer un grave error. Por una vez en mucho tiempo, los países occidentales están del lado correcto de la historia, y, puestos a elegir, nos cuidaríamos bien de no seguir el ejemplo de Chamberlain ante Hitler.

 


Alejandro García és estudiant en Humanitats per la Universitat Pompeu Fabra. Actualment, té interès per la història, la filosofia, la política i les relacions internacionals. Forma part de deba-t.org des de març de 2022.

 

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