Concepción Monteverde

El pasado 10 de febrero, un niño de 12 años se quitaba la vida en Utah víctima del acoso escolar. Cada par de meses, noticias como esta sacuden los medios y nos hacen a todos preguntarnos cómo alguien que no ha vivido apenas puede decidir que el futuro no merece la pena.

El sistema que pretende proteger a los niños y adolescentes les deja desamparados porque no está hecho a su medida y no comprende sus realidades

Sin embargo, siento que está desgarradora cuestión parece desvanecerse en cada protocolo anti-bullying mal planteado, y con cada denuncia por acoso que, en España, somete al denunciante a un proceso traumático y revictimizante. El sistema que pretende proteger a los niños y adolescentes les deja desamparados porque no está hecho a su medida y no comprende sus realidades. Como víctima del acoso escolar, es ahora, rozando la adultez, cuando miro atrás a un mundo de niños que a muchos les parece indescifrable y me doy cuenta de lo poco y mal que somos capaces de entender el acoso escolar. Dicho esto, me gustaría hablar de la problemática del acoso escolar desde una perspectiva práctica, lejos del buenismo con el que a menudo se plantea la resolución de conflictos; tratando de comprender la totalidad del acoso como una dinámica que, por mucho que se dé entre menores de edad, se base en el abuso de poder y el constante gaslighting. Empezaré por el segundo.

Cuando un menor acosado se suicida, no parece caber duda de que el acoso en las escuelas es un problema de dimensiones desproporcionadas al que hay que poner una solución eficaz. Sin embargo, no puedo evitar pensar que en los colegios de todos y cada uno de los niños acosados, hay una o varias vocecitas que susurran constantemente “no era para tanto”. Con 20 años, aún siento que quizá no era para tanto cuando mi cuerpo de 12 no aguantaba el estrés y se desplomaba en clase sin explicación aparente, que sigue sin haber sido para tanto 8 años después cuando cada verano tengo pesadillas con volver a mi clase de primero de la ESO en septiembre.

La negación del trauma es recurrente para las víctimas de un problema que se enmarca constantemente en estándares erróneos. Tendemos a encajar el acoso en una medidor de “lo que cuenta y lo que no”, como si existiese una cantidad legítima de abuso. Asumimos que una patada es más que un comentario irónico, y acabamos conceptualizando el acoso en los términos del acosador, tratando de calcular si una respuesta es equiparable a su detonante. En mi opinión, un análisis justo del acoso escolar pasa por asumir que cada víctima tiene una repuesta diferente a cada agresión, y que cuando un niño dice que no puede más, da igual cuanto haya sido, es que ha sido demasiado. Es especialmente necesario que los profesores asuman un marco diferente al del acosador para poder detectar y combatir el abuso en las aulas.

Tendemos a encajar el acoso en una medidor de “lo que cuenta y lo que no”, como si existiese una cantidad legítima de abuso

Otro problema fundamental cuando se plantea la problemática del acoso es que se suele incurrir en el error de considerarlo “violencia entre iguales”. Ningún espacio está libre de dinámicas de poder: igual que no todos los empleados de una empresa se relacionan como iguales, tampoco lo hacen los alumnos en una clase, por mucho que su estatus frente al profesor —frente a los adultos— sea el mismo. La discriminación por cuestiones de género, raza, etnia, clase y orientación sexual juegan un papel clave, pero sobre todo lo hacen las relacionadas con capacidades físicas y académicas. En base a ellas, se construye una jerarquía social que convierte a los niños en cualquier cosa menos iguales y que está inmersa en su concepción del mundo. Ignorar estas dinámicas es muy peligroso, sobre todo a la hora de intentar solucionar un conflicto entre alumnos. Si tu acosador no es tu igual, de nada sirve que os deis un abrazo y que te pida perdón; igual que no plantearíamos una solución así a un abuso de poder entre adultos, es absurdo considerarlo entre niños por muy niños que sean.

Si aceptamos que no todos los niños se relacionan como iguales, y que no podemos terminar una situación de abuso de poder con obligar a una víctima a que de un abrazo a su verdugo (repito este ejemplo porque es el que viví yo), entonces tenemos que plantear también que el resultado del acoso va más allá de un niño triste. Las víctimas de acoso (las que sobreviven a él) se convierten en adultos que, conscientes o no, llevan (llevamos) un trauma a cuestas a lo largo del resto de su vida. Esto afecta constantemente en las relaciones sociales y a la percepción de uno mismo.

Si tu acosador no es tu igual, de nada sirve que os deis un abrazo y que te pida perdón; igual que no plantearíamos una solución así a un abuso de poder entre adultos, es absurdo considerarlo entre niños

Si queremos, entonces, ofrecer una solución práctica y útil al acoso escolar, quizá deberíamos olvidarnos (al menos un rato) de que todos los niños sean amigos, y centrarnos en que ciertos niños comprendan que no tener amigos en el colegio no tiene por qué definir el resto de tu vida, ayudarles a encontrar otros espacios en lugar obligarlos a forzar amistades con personas que, no solo nos les consideran iguales, sino que han comprendido que pueden aprovecharse de eso. El apoyo psicológico por parte del entorno familiar y de profesionales es crucial en este aspecto, y también lo es poder hablar de cada experiencia sin el constante “no era para tanto” de fondo.

En la preparación de este artículo he pasado horas buscando datos sobre el bullying en España o Cataluña que reflejasen el problema en su totalidad: simplemente, no existen. De nada sirve decir que según un informe de Save The Children en 2016 “el 6,9% de los alumnos reconoció haber sufrido acoso escolar durante los últimos dos meses previos al estudio”, ni que según un estudio de NoAlAcoso.org “un 22% de las familias detectaron que su hijo/a sufrió acoso durante el curso 2016/2017”. Los casos aumentan exponencialmente si consideramos que no todos los casos de acoso escolar llegan a denuncias, que no todas las familias detecta en acoso hacia sus hijos -o incluso por parte de los mismos-, y si lo hacen, en pocas ocasiones lo reconocerán públicamente. Incluso, el número de casos aumenta preocupantemente si tenemos en cuenta la cantidad de niños que no son conscientes siquiera de haber sido acosado o acosadores hasta que son adultos, ya que han asumido como normales las dinámicas de poder y el maltrato generado por estas.

Sin datos útiles y con marcos completamente erróneos, sólo nos queda por aceptar que, por mucho que veamos  a todos los niños iguales desde nuestra posición de adultos, ellos no se ven así. Que las dinámicas de poder y discriminaciones del mundo de los mayores se infiltran inevitablemente en las cabezas de los niños. Que la revictimización es tan injusta como la negación del trauma. Que los niños no son seres perfectos y no tienen por qué ser amigos -tampoco los acosados-.

No puedo pedir a todo el mundo que esté de acuerdo con mis reflexiones, pero si puedo deciros que cuando planteo mi experiencia propia lo veo todo más claro desde la perspectiva de las dinámicas jerárquicas y de un sistema que no estaba diseñado para comprenderme… y ciertamente esto me ayuda a cargar con ese trauma que todos los niños acosados (todos los que sobrevivimos) llevamos.


Concepción Monteverde Sánchez és vocal de comunicació de deba-t.org i estudiant de Filosofia, Política i Economia a la Universitat Pompeu Fabra. Sòcia de deba-t.org des del setembre de 2021.

 

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