Puede que la pandemia haya generado el contexto necesario, un parón repentino del sistema, para reflexionar sobre la realidad que nos envuelve. Y no, no vengo a hablarles de decisiones gubernamentales ni de geopolítica. Vengo a reflexionar sobre la realidad a la que nos enfrentamos día a día.

Y empezaré por plantearles la siguiente pregunta: ¿Qué es lo que más nos preocupa sobre este suceso? Tenemos miedo a que nosotros o nuestros seres queridos puedan contagiarse, evidentemente. Pero siendo sinceros, aquellos que como yo, no hayan experimentado en carnes propias los horrores del virus, nos preocupa mucho más las consecuencias en la economía, cuándo volveremos a la normalidad o si perderemos o no nuestro trabajo. No digo, ni mucho menos, que sea un temor ilegítimo, pero deberíamos preguntarnos por el origen de dicho pensamiento. Pero antes, formulemos de forma clara a qué pregunta intentaremos dar respuesta: ¿Por qué nos preocupa más la economía que la vida de millares de personas? Al escuchar tal cosa a uno le puede saltar la alarma y sentir una repentina incomodidad, pero antes de dejar de leer les pido que empiecen el siguiente párrafo y si tras leerlo, no quieren terminar el artículo dejaré que se marchen.

Para responder a la polémica pregunta debemos echar una mirada a nuestra historia. Da la casualidad que, en el siglo XVII, Inglaterra era uno de los pocos países donde la existencia de tierras comunales era muy escasa. El número de pequeños propietarios era muy elevado, lo que incentivó el sentimiento de la propiedad privada y la búsqueda de maximización de beneficios. Por ello, hay un alto nivel de emprendedurismo que facilita la innovación técnica que nos lleva a la Revolución Agraria. Las consecuencias son evidentes: aumento de la productividad y ganancias, lo que se traduce en menos gente necesaria para labrar el campo.

Jan De Vries, introductor de la teoría de la Revolución Industriosa, nos explica cómo la Revolución Agrícola de 1650 provocó, de forma lenta y local, la Revolución Industrial. Como bien hemos dicho antes, hay un “excedente” de personas que ya no son necesarias en el sector primario, estas empiezan a realizar pequeños trabajos manufacturados que ofrecen a las familias un suplemento económico. Con este excedente de capital, pueden demandar productos que años antes les hubiera sido imposible adquirir. Estamos frente al inicio de un cambio de pautas de consumo. Unas pautas de consumo que alimentan un capitalismo embrionario pero que irá creciendo hasta llegar a la actualidad.

Desde la perspectiva liberal, el mercado se entiende como un ente que se regula por sí mismo y, por lo tanto, debemos eliminar toda traba, ya sean impuestos, tasas o aranceles. En definitiva, toda a intervención estatal. La lógica es la siguiente: vamos eliminando barreras que limitan el mercado y el mercado se expande. Pero lo que empezó conquistando, como hemos descrito antes, un sector del mercado laboral continúa invadiendo toda la estructura económica y de allí pasa a invadir la estructura social, el Estado, las instituciones, los círculos sociales y, finalmente, las personas.

¿Cómo es posible que la economía “invada” instituciones o personas? Marx ya nos avisaba de esto hace más de un siglo. Es una fórmula sencilla, en la que vemos claramente que la economía (o la infraestructura en terminología marxista) influye enormemente en el resto de actividades humanas (la superestructura). La primera acaba trasladando su modus operandi a la segunda, de manera que influye en cómo comprendemos y nos relacionamos con el mundo: operamos en nuestra cotidianidad siguiendo las normas que rigen la economía, bajo el paradigma de la productividad. Por esa razón, en la situación actual, para muchos de nosotros, la mayor preocupación no son los millones de vidas que están en juego, ╾que, por supuesto, nos importan╾. Simplemente, no son nuestra preocupación principal.

Podríamos decir que observamos el mundo desde la óptica del mercado y así lo reflejamos en nuestro día a día, pero más aún si cabe en los momentos de crisis. Es en estos momentos que se muestra la verdadera naturaleza de las ideologías, personas y sistemas. Y es así como respondiendo a la pregunta hecha al principio del artículo (¿por qué nos preocupa más la economía que la vida de millares de personas?) podemos, quizás observar un elemento más profundo de nosotros mismos. Una posible explicación a por qué pensamos como pensamos y a por qué actuamos como actuamos.

No es el objetivo de este artículo hacer un juicio de valor en relación a la legitimidad de este pensamiento, las valoraciones éticas y morales al respecto son faena del lector, de modo que, si he hecho bien mi trabajo, les dejaré pensando largo y tendido sobre el tema.


Pau Guilabert Martín, estudiant de 2n de Ciències Polítiques i de l’Administració a la Universitat Pompeu Fabra. Membre de deba-t des de l’octubre de 2019.