Tercera semana de confinamiento y cuarta semana en Donosti después de haber vivido cinco meses en Jerusalén. Irónica y oportunamente, mi vuelta a la universidad – online – comienza con la clase «Global Security and Conflicts», lo que me lleva a escuchar y leer sobre la construcción del concepto «seguridad». Qué interesante suena cuestionarlo académicamente desde mi cómoda habitación protegiéndome de un virus que anda por la calle.

De mientras, no puedo parar de pensar en que todo me recuerda a Tulkarem: la frustración de ver las olas romper pero no poder ir a bañarme, las palabras seguridad, pobreza y economía en mi cabeza y la idea de llevar un papel que te autorice salir a la calle. Todo aquello me hubiera parecido ficticio un mes antes. Inconscientemente, cojo el móvil para abrir Instagram; menos mal que ahí al parecer todo sigue tan completo como antes: clases de yoga, memes, fotos perfectas, aplausos a las ocho y tutoriales con looks para estar por casa.

Parezco un robot refugiándome en una sociedad virtual perfecta, escapando de las dificultades del mundo terrestre. Entonces, recuerdo el sentimiento de inseguridad que tuve cuando recibí aquel mensaje titulado «Welcome to Palestine» días antes de volar a Israel. ¿Tendría que borrarlo? ¿Revisarán mi correo? Me lo enviaba el entrenador de uno de los equipos de niños palestinos que participó en un torneo de fútbol internacional para el cual trabajé como guía. Al parecer, mis tremendas ganas de ir a Jerusalén me llevaron a acercarme a donde ellos y entablar una conversación. Y como buenos árabes, no tardaron en darme su contacto e invitarme a Tulkarem.

El 23 de enero estaba de camino a Tulkarem, zona A de Cisjordania según los acuerdos de Oslo, lo que significa el pleno control civil y policial de la Autoridad Nacional Palestina. Nos adentramos en la aventura mi amiga Claudia y yo. Ya habíamos estado antes en la zona A, en Ramallah, pero la fiesta y los carteles de cultura de Ramallah no tendrían nada que ver con los carteles de mártires y bodas tradicionales de Tulkarem. Compramos dulces árabes para ellos y cogimos el primer bus hacia Ramallah. Después de negociar con varios conductores en el árabe que pude, decidimos coger otro bus hacia Nablus y de ahí a Tulkarem. Nos recibieron el entrenador y más hombres de un bufete de abogados; nosotras dos entre un grupo de hombres que no podía ni dar la mano a dos mujeres, al estar casados.

A todo esto, el equipo de fútbol nos hizo un recibimiento excepcional, nos enseñó sus instalaciones, nos dejó una habitación para que pasásemos la noche y nos invitó al mejor knaffe que habíamos comido antes. Al medio día, fuimos a comer a un restaurante en uno de los edificios más altos de Tulkarem y desde ahí pudimos ver el muro que separaba Tulkarem de Netanya y Tulkarem del mar. Aquel mar, lo primero que veía diariamente durante veinte años al levantarme y acercarme a la ventana de mi habitación, era un sueño para mis compañeros.

Mientras comimos, vino el dueño del restaurante y nos preguntó entre lágrimas si conocíamos algún equipo de fútbol que pudiese entrenar a su hijo para que tuviese la oportunidad de salir de ahí, pero tristemente y con frustración por las ganas de querer ayudarle, no supimos darle respuesta. A todo esto, todas las conversaciones giraron en torno a dar gracias a Dios, resaltar lo importante que cada uno de ellos había sido en la segunda Intifada, recalcar la política armada como única escapatoria, enseñarnos sus virtudes para encontrar “el oro escondido en Palestina” y resaltar todos los affaires sexuales que habían tenido porque “nuestras mujeres son demasiado tradicionales”. Las historias e ideas entraron en nuestras cabezas inocentes y políticamente correctas duramente, y quedaron permanentes hasta la noche.

No pudimos dormir, Claudia y yo nos sumergimos en debates sobre el papel de la mujer en general, sobre nosotras mismas en medio de aquel escenario, sobre la religión y la esperanza que mantenían por «el mundo perfecto que vendrá después de la muerte», sobre la importancia para ellos de ser alguien recordado y sobre la fe que compartían de encontrar oro. Entre debate y debate se hacía un silencio frustrante que se volvía en la acción involuntaria de coger el móvil. Y fue en aquel momento cuando comprendí las palabras de Zygmunt Bauman en su libro «Tiempos líquidos», que retumbaron en mi cabeza: «Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort (…). Dan servicios muy placenteros, pero son una trampa». Siendo así, el próximo día volvimos a enfrentarnos a la realidad.

Visitamos uno de los campos de refugiados de Tulkarem creado en 1948, en su mayoría eran refugiados de Akka, Netanya y Haifa. Era un campo que se había convertido en barrio de Tulkarem pero todo estaba en ruinas, con marcas de disparos y con montañas de basura al rededor. Seguidamente, la familia del entrenador que vivía en el campo nos invitó a nuestro último té en Tulkarem. Con tremendo agradecimiento nos despedimos de todos y cogimos un taxi compartido hasta Ramallah, pero antes de subir al coche oí: «¡Chicas, que he encontrado oro!». El silencio nos envolvió a las dos hasta que dijimos adiós. Nos abrazamos entre lágrimas y, de nuevo, cogimos el móvil para ponernos música y adentrarnos en aquel mundo cómodo hecho a medida y perfección para nosotras. Finalmente, pasamos el control de Qalandia andando y el silencio nos acompañó hasta casa.

Aquella noche nuestros amigos nos invitaron a salir de fiesta. Ese día vivimos dos realidades completamente distintas, nos mirábamos asombradas y a su vez apartábamos la mirada por vergüenza. Está noche también la pasamos despiertas, pero esta, al contrario de la otra, estuvo llena de tecno israelí, amigos y chupitos en el bar «Putin». Parece ser que aquel silencio que nos acompañó en el viaje siguió con nosotras al ritmo de la música y la liberación de nuestros cuerpos bailones. Entonces, mientras hablábamos con el camarero, una voz se acercó y nos recordó nuestros privilegios diciendo «ponme una de Tulkarem».

Aparentemente, hoy, un día más de cuarentena, después de comer y mirando al mar, aquella voz me ha susurrado lo mismo. Qué oportuna.


Lucía Aizpiri Sarriegui, estudiant de Global Studies a la Universitat Pompeu Fabra. Membre de deba-t.org des del gener de 2018.

 

Bauman, Z., 2010. Tiempos Líquidos. Barcelona: Tuskets Editores.

Hammami, R. and Tamari, S., 2001. The Second Uprising: End or New Beginning? Journal of Palestine Studies, 30(2), pp.5-25.