La historia puede tener lugar en cualquier plaza, clase, asamblea o coloquio. Los personajes, a nivel individual, no son relevantes. Tampoco las acciones ni el tiempo. Los detalles pueden olvidarse; lo destacable son las dinámicas que se han ido repitiendo.

Volviendo a la historia, él -insertado en una camiseta de LDS, Sons of Aguirre o Ítaca Band- se acerca a ella -y desarrolla una conversación banal sobre lo bien que le queda esa sudadera que claramente ataca los pilares del patriarcado o lo mucho que molan sus disruptivos pendientes de aros-.

Como era previsible: un par de críticas al sistema capitalista, dos comentarios sobre el patriarcado y 5 o 6 citas de autores como Marx, Lenin, Goldman o Luxemburgo bastaron para hacer saltar la chispa.

Así pues, para evitarnos el escuchar una serie de argumentos que podríamos encontrar en artículos de opinión, canciones del panorama actual o disertaciones y discursos varios me dispongo a resumir la conversación: era un aliado de verdad, hablaba de feminismo, de los derechos de las mujeres y de la violencia de género. Su visión de las relaciones era francamente maravillosa -¡sorpresa, no así su práctica!-, entendía de cuidados y de espacio -preguntémosle a su ex pareja a ver qué le parece esa definición de él-, criticaba la tendencia de la sociedad a sexualizar el cuerpo de la mujer -claramente el aliado supremo, también conocido como el mayor farsante de la historia, tiene tales dotes de abstracción que se trata del único ser que puede escoger libremente y de manera individual aquello que le atrae y nunca, nunca (¡pero nunca!) reproduciría actitudes que respondiesen a una lógica misógina- y explicaba cómo las relaciones exigen empatía y escucha –añade a su currículum un máster en feminismo con todas las prácticas convalidadas- además de hacer hincapié en cómo el consentimiento y el deseo debían ser la base de cualquier relación sexual -hasta aquí podemos deducir que nos encontramos ante el hombre ideal-.

Siento decepcionar a quiénes tenían esperanzas en esta historia de amor contrahegemónico, pero el aliado resultó ser –pausa dramática para retirarle el título de feminista del año, la pulsera morada cogida de un punto lila o cualquier artículo de propaganda que falsamente le otorga un mínimo de credibilidad – un machista más. Mi intención no es entrar en qué debió hacer o en qué tendría que haber hecho, mi intención es hablar de un patrón muy habitual dentro de círculos que se autodenominan de izquierdas, antisistemas o feministas. ¡Pero es que amigos, las palabras significan cosas! – ¡vaya! Él, entiéndase como genérico, pensaba que con un discurso ya tendría la satisfacción futura garantizada-.

Existe la costumbre de asumir que en el momento que alguien desarrolla un discurso sobre cualquier temática llevará a la práctica las ideas que defiende – qué osadía exigir un mínimo de coherencia por nuestra parte, cómo se les ocurre a las mujeres imaginar que alguien que desarrolla un análisis certero de los roles de poder no haga más que perpetrarlos a conciencia-. Pero con el paso del tiempo da la sensación que lo que engloba el análisis de género es una cuestión de la que todo el mundo entiende y habla y misteriosamente nadie debe asumir responsabilidades.

Dentro del mundillo de la izquierda progre se da un fenómeno muy curioso: una cantidad ingente, si se me permite usar este calificativo, de hombres reproducen a la perfección el discurso feminista y a su vez las actitudes machistas que tanto parecen señalar a los que están al otro lado de la trinchera. Con esta cuestión hay dos tipos de diagnóstico: o bien disocian o bien nos toman el pelo. Yo abogaría por la segunda opción.

Cuando reflexionas sobre la situación de la mujer, sobre cómo la misoginia y el machismo inundan cada espacio de tu vida, llegas a la conclusión que tu entorno es hostil y siempre lo ha sido hacia ti. En ese momento, la figura del aliado aparece y ya sea porque tú te lo crees o porque él sabe jugar muy bien sus cartas acabas idealizando al hombre progresista de turno. Yo soy la primera que lo he hecho, pero no creo que el flanco que se debe atacar sea el hecho de que nosotras idealicemos esto o creamos en esta supuesta figura, sino que deberíamos reflexionar sobre los motivos que subyacen. El foco de atención principal debería estar en ellos –oh no, otra vez señalándoles, ¿qué habrán hecho mal ya? -.

¿Cómo se ha extendido este tipo de comportamiento? ¿Cómo puede ser que a todas nos venga a la cabeza alguien cuando hablamos del aliado? ¿Cómo podéis tener tan poca vergüenza?

Cuando nos quejamos de los aliados estamos dando voz a un problema que se ha generalizado y que pone contra las cuerdas a las mujeres y a aquellas que creíamos que existían las burbujas feministas –spoiler no-. Así es como desde una vivencia individual que tristemente se repite una y otra vez decimos basta, pues no se trata de un conjunto de mujeres rencorosas de sus camaradas, o celosas de que ellos ya no sienten lo mismo o que simplemente quieren acabar con él por cualquier motivo de venganza. Lo que encontramos es un conjunto de hombres que han sabido leer a la perfección la situación actual y sacarle partido. A sabiendas de que nosotras nos encontramos en un terreno hostil, donde día sí y día también lidiamos con acoso callejero, con jefes, compañeros de trabajo o de clase que no entienden los límites del espacio personal, con una presión estética gigantesca y con un sistema que por sí mismo nos lanza a los brazos de un hombre para cuidarle y completar nuestra triste existencia, donde ellos se erigen entre las sombras como el superhombre. ¡Oh grandioso aliado, destructor del patriarcado, salvaguarda de la igualdad y la libertad líbranos de las cadenas de esta sociedad machista y muéstranos el camino del amor libre!

Con un discurso que encandilaría hasta la mismísima Beauvoir muestran una apariencia de cambio real, de no ser perpetuadores de ese sistema machista y patriarcal al cual pertenecen y de que existe esperanza -vamos, ¿no os habéis dado cuenta aún? La esperanza que necesitáis la tenéis justo delante vuestra, espabilad-.

De este modo es cómo nos hemos encargado de darles voz, dejarles espacio para expandirse e invadirnos otra vez mediante una confundida idealización. Y nosotras, las mismas de siempre, seguimos cargando con lo mismo, solo que ahora con tintes de socialismo, piercings y pegatinas antifascistas. Hemos convertido al príncipe azul en aliado feminista.

Así que más que centrarme en qué deberíamos hacer nosotras o cuáles podrían ser las señales de neón que deberíamos evitar, querría poner el foco en ellos. En los que leyendo esto se han sentido identificados. Aliados del mundo, dejad de vendernos la moto, que citar a Kollontai no hace que vuestras relaciones estén libres de patriarcado, ni vuestras actitudes, ni tampoco vuestro comportamiento. Por tanto: no, no sois entes superiores ni deidades a las que debamos rendir culto y homenaje. En absoluto os debemos nada y mucho menos sexo por tratarnos dignamente, ni merecéis ni vais a tener ninguna medalla o lugar especial en cielo de los revolucionarios. Si acaso tendréis un sitio reservado entre la hipocresía y la mala fe.

Atentamente, una que ya os ha calado y no se cree la última versión del hombre deconstruido.


Olympia Arango Castro, estudiant d’Economia a la Universitat Pompeu Fabra. Membre de deba-t.org des del juliol de 2018.