Más allá de lo que acostumbra a decirse en cada convocatoria de estas características, las elecciones europeas de 2019 sí sean posiblemente las más determinantes de nuestro pasado reciente. Y no solo porque esté en juego ver qué punto alcanza la riada nacionalista en el Parlamento Europeo, sino porque es posible igualmente que la pérdida de apoyo de socialistas y conservadores dé lugar a nuevas dinámicas en las que la geometría variable tenga un rol desconocido. Y, además de esto, se espera que las negociaciones para formar la nueva Comisión supongan un verdadero test al sistema de spitzenkandidat, lo que conduciría a un auténtico pulso entre Parlamento y Estados miembros de imprevisibles consecuencias.

A continuación, se detallan seis de las principales incógnitas que han de resolverse a lo largo de los próximos meses, y la razón por la cuál éstas pueden condicionar de forma decisiva el devenir de la Unión.

Quedan por determinar, pues, cuestiones tan dispares como la evolución hacia un modelo parlamentario, el destino del Reino Unido tras la extensión del plazo para su salida, el alcance de la oleada populista (que ya ha dado avisos serios en elecciones regionales y nacionales) o el reparto de carteras comunitarias en los próximos meses.

1. ¿Hasta donde llegará la ola euroescéptica?

A grandes rasgos, los partidos euroescépticos ven las Elecciones Europeas como una suerte de estación terminus para la oleada nacionalista que ha sacudido Europa durante el último lustro. Las elecciones representan, por ello, la oportunidad de evidenciar el malestar creciente que existe en ciertas capas de las sociedades europeas con la senda de integración adoptada tras el fracaso del proyecto de Constitución Europea en 2005.

Según las últimas encuestas, los partidos euroescépticos podrían sumar hasta un tercio de los asientos de la cámara. De cumplirse esos pronósticos, no tendrían la capacidad de vetar la legislación que pase por la cámara, ni de influir de forma decisiva en los nombramientos, pero ello no puede llamar a engaño. Más allá del aldabonazo que supondría el hecho de que contasen con semejante nivel de apoyo en el continente, el hecho de que un tercio de las fuerzas en el Parlamento se opusiesen de manera más o menos frontal al proyecto de integración europea condicionaría decisivamente las dinámicas de cooperación entre los distintos grupos.

Porque, si bien es cierto que las fuerzas europeístas sumarían más de la mitad de los votos amplísimamente, las coaliciones que sumen más de la mitad de los escaños requerirían del concurso de un número mayor de fuerzas políticas, lo cual obligaría a construir coaliciones más plurales (e ideológicamente dispares) y a jugar con la geometría variable más de lo que ya se hace. En consecuencia, existe el riesgo de que la necesidad de incluir más partidos en las sumas condujese a una reducción en el número de iniciativas legislativas que lleguen a buen puerto, lo que deterioraría la percepción que existe en torno a la utilidad del parlamento.

Sin embargo, es importante tener en cuenta el hecho de que ‘las fuerzas euroescépticas’ no se tratan de un todo homogéneo. Más allá de su adscripción ideológica, el nivel de pragmatismo de las distintas fuerzas políticas oscila enormemente. En ese sentido, las fuerzas que componen el Grupo de ECR (que incluyó a los tories británicos en la última legislatura) podrían tomar parte activa en el juego político, al tratarse de un grupo que engloba a distintas fuerzas presentes en gobiernos nacionales y que, si bien comparten un profundo escepticismo con respecto a la idea de una integración más profunda, no desdeñan la posibilidad de intervenir en el juego político y alcanzar acuerdos más allá de sus posiciones de partida. De igual forma, no se hallan frontalmente opuestos a la mera existencia de la UE per se, sino que abogan por una revisión que conduzca a una mayor dinámica intergubernamental en la toma de decisiones.

Que ECR se institucionalice, consolide (solo tiene una legislatura de vida) y sobreviva a la marcha de los tories es todo un reto, pero los beneficios para la política europea pueden ser enormes en caso de que tal hecho suceda. Tener dentro de los márgenes del sistema a un partido que abogue por un euroescepticismo sin tintes de radicalismo (si bien éste existe en algunos de los partidos que componen el grupo), y que participe de forma activa en las negociaciones con grupos situados al otro lado del espectro ideológico puede contribuir a dar voz a muchos ciudadanos que ven resquemor a la política europea, y que de esta forma podrían ver encauzadas sus reticencias a través de una alternativa que no abogue por la liquidación del proyecto europeo en su conjunto. Para el ECR, y para el euroescepticismo moderado, esta legislatura constituye una prueba de fuego.

2. ¿Conseguirán los liberales pasar de 100 escaños?

Son muchos los motivos por los cuales los liberales (tradicionalmente tercer grupo de mayor tamaño la cámara, si bien en la anterior legislatura cayesen y pasasen a ser el cuarto grupo) creen que estas elecciones pueden ser para ellos un punto de inflexión, que los convierte en un grupo con posibilidades de alcanzar la presidencia de la Comisión en un futuro. El desplome generalizado de los dos partidos principales (que estrecha los márgenes entre ambos, y de ambos con ALDE) hace que súbitamente los liberales quizá tengan a tiro a los socialistas, y que la composición de la cámara transmita la imagen de que existen tres grandes bloques dentro del europeísmo.

A este hecho se suma la aparición de dos nuevas fuerzas que pueden favorecer al grupo: En Marche y Ciudadanos. Si bien Ciudadanos se integró en ALDE desde un primer momento y forma parte del núcleo del partido, la actitud de los franceses ha sido mucho más ambivalente. Finalmente, concurrirán a las elecciones europeas por su cuenta y riesgo, si bien en el congreso de ALDE celebrado en Madrid se anunció que En Marche formaría un grupo conjunto con ALDE en el Parlamento Europeo una vez celebrados los comicios.

Habida cuenta de las perspectivas electorales de ambos partidos, era muy probable que ALDE se acercase a los cien escaños sin rebasarlos, pero a lo largo de abril y mayo (con la mejora en las expectativas de Cs y la confirmación de que Reino Unido finalmente participaría en las elecciones) la posibilidad de que esto sucediese se incrementó. De la misma forma que la participación británica supuso un varapalo para el EPP, que no tiene ningún partido competitivo en el Reino Unido (por lo que la distancia entre EEP, S&D y ALDE se estrechó casi de forma automática), comenzó a cundir entre socialistas y liberales la sensación de que había partido.

Con estas condiciones, y gracias a las grandes delegaciones francesa y española, la apuesta de ALDE por tratar de descollar y dejar atrás a los grupos medianos para convertirse en el tercer gran grupo del Parlamento tiene (al fin) visos de materializarse.

Ahora bien, han sido los británicos quienes han dado el espaldarzo final: si se cumplen los pronósticos, pasarían de la eurodiputada que poseen actualmente a ocupar entre 8 y 10 escaños (tal y como se analizará más tarde). Si se examina la gráfica anterior, puede observarse como ALDE ha vivido un crecimiento muy pronunciado durante las últimas semanas previas a la campaña. Ese crecimiento se debe a las expectativas en el Reino Unido (si bien la adhesión de un nuevo partido rumano al grupo ha contribuido igualmente), y refuerzan la tesis con la que ya se trabaja: que el verdadero factor diferenciador de estas elecciones para ALDE es el hecho de contar con delegaciones grandes de tres de los cinco mayores Estados miembro.

Ello supondría todo un recordatorio de cuáles son las dinámicas en el seno de la EU: es casi imposible articular coaliciones ganadoras sin el concurso de alguno de los grandes Estados. En ocasiones, y con todas las cautelas que sean necesarias, puede afirmarse que lo que vale para el Consejo bien podría valer para los grupos parlamentarios.

 3. Reino Unido, o las elecciones más surrealistas de la historia

El proceso electoral que se va a vivir en Reino Unido el jueves día 24 tienen tintes absolutamente surrealistas: se tratan de unas elecciones para el Parlamento de una organización internacional que muy probablemente se abandonará antes del final del año, y de la que debían haber salido ya. En ese sentido, los resultados son absolutamente imprevisibles, dado que es muy difícil estimar cuál va a ser la reacción del electorado a unas elecciones que no debían celebrarse (y cuya celebración fue descartada por el gobierno durante meses).

Es posible que sean reflejo de una sensación de hastío y desengaño que se traduzca en apatía y una mayor abstención, o que se produzca todo lo contrario y la elección se convierta en una suerte de plebiscito sobre la permanencia en la Unión.

Probablemente no sea ni lo uno ni lo otro. Existen muchas cuestiones sobre las que los votantes quieren expresarse (Brexit o no Brexit; deal o no deal; apoyo al gobierno de May o apuesta por una opción más soberanista; decidir quién es el partido que mejor puede representar la lucha por permanecer en la Unión…). Por ello, es poco previsible que se produzca una coordinación fuerte del voto en torno a dos opciones, pero si es de esperar que cristalicen algunas tendencias.

Si atendemos a las encuestas que se han publicado hasta este momento, lo más probable es que el recién creado Brexit Party sea la fuerza más votada, seguido del Partido Laborista y de unos conservadores que se desploman, no logrando capitalizar su gestión de la salida durante los dos últimos años. Resulta llamativo el despegue de los liberal-demócratas en las últimas encuestas (llegando incluso a situarse a escasos puntos de los laboristas), puesto que hasta ahora no habían logrado atraer a nuevos votantes a pesar de ser la opción más nítidamente en favor de permanecer en la UE. Era sorprendente el extremo hasta el cual los lib dems no habían logrado capitalizar la movilización civil en favor de la permanencia.

Por tanto, ¿qué consecuencias tendrían unos resultados de esta índole en el corto plazo? Es difícil decir, pero es muy probable que los resultados envalentonasen al ala brexiteer más dura (como si no lo estuviesen ya), y que de igual forma mostrasen al partido laborista (como ya lo hicieron las últimas elecciones locales) que no liderar de manera firme la oposición al Brexit tiene consecuencias, y más en un escenario cada vez más fragmentado. Por ello, me atrevo a aventurar que los resultados van a conducir a que terminen de romperse las negociaciones entre laboristas y tories, si es que éstas no se rompen antes del jueves 24.

Pero poco más. Nada hace indicar que los resultados vayan a mostrar alguna clase de determinación concreta por parte de los electores, o que vayan a alterar el equilibrio de poderes de forma decisiva. A lo sumo, contribuirán a acelerar la salida de May, que por tan anticipada pareciese que nunca fuera a producirse.

4. Las negociaciones para formar una nueva Comisión: una oportunidad para España

Otra cuestión que es frecuentemente soslayada en la prensa española (y no así en otros medios más especializados) es el hecho de que las elecciones van a ser el pistoletazo de salida del proceso de sustitución de los principales líderes europeos. El Consejo Europeo habrá de proponer una nueva Comisión, se habrá de nombrar igualmente al presidente del Consejo Europeo y, para rematar, en esta ocasión coincide también en el tiempo con la renovación en la cúpula del Banco Central Europeo.

Respecto a la Comisión, España tiene en esta ocasión expectativas de poder lograr una cartera de peso, debido al hecho de que el ejecutivo comunitario es multicolor y se busca siempre mantener un equilibrio entre las distintas fuerzas políticas. Con la ausencia de gobiernos socialistas en los otros grandes países europeos, es de esperar que un comisariado con una elevada carga política (como Alto Representante o el Comisario de Economía) sea para el representante elegido por el ejecutivo español. En consecuencia, las quinielas, además de en el lógico aspirante (Borrell, cabeza de lista del PSOE) se vuelven hacia Nadia Calviño, economista con un marcado perfil europeo (fue la mujer a cargo del departamento presupuestario de la Comisión antes de ser nombrada ministra).

El caso del futuro comisario o comisaria español es paradigmático: en la composición del colegio de comisarios hay distintas variables que deben ser tenidas en cuenta. Al equilibrio geográfico se une el equilibrio político, y a ello se suman las consideraciones relativas a la edad y el sexo de los candidatos. Por ejemplo: tradicionalmente la presidencia de la Comisión y el puesto de Alto Representante han sido, respectivamente, ocupadas por un hombre y una mujer. Eso complica enormemente las cosas a Borrell (no existen hoy en día candidatas viables a presidir la Comisión), y da pábulo la vía Calviño. Por todo ello, España dispone de una ocasión inmejorable para corregir la infrarrepresentación de nuestro país en los órganos de gobierno de la Unión, y para jugar un rol activo en la Comisión que resulte de las negociaciones que se celebren en verano.

Pero es la presidencia de la Comisión la que más expectativa despierta. Los contendientes son conocidos (si bien pueden surgir sorpresas de última hora), si bien a la hora de hacer estimaciones es tan importante conocer quiénes son los candidatos (y de qué apoyos disponen) como el sistema que se va a terminar imponiendo a la hora de optar por uno u otro.

 5. ¿Puede Timmermans intentar sumar con otras fuerzas y acabar con la hegemonía de S&D?

En ese sentido, el actual vicepresidente de la Comisión (y spitzenkandidat de los socialistas) Franz Timmermans ha dejado caer en varios actos su intención de buscar una suma alternativa a la mayoría del Partido Popular Europeo. Esto, que puede parecer inocuo por ser algo muy frecuente en los sistemas parlamentarios del continente, puede conducir a una crisis definitiva del modelo de spitzenkandidat o a una eventual mutación: en la actualidad, el llamado spitzenkandidat se basa en que el candidato del partido más votado se convierta en presidente de la Comisión, sin más. De esta forma, el candidato a presidente de la Comisión no necesita más votos a favor que en contra en el parlamento, sino que basta con que la suya sea la lista más votada.

Si, como Timmermans ha dejado caer, se forma una coalición con fuerzas que no hayan sido las más votadas, éstas logran el apoyo del Parlamento y ello lleva a que el Consejo Europeo le nombre presidente de la Comisión, estaríamos asistiendo a un proceso de parlamentarización del cuadro institucional europeo, en el que la presidencia de la Comisión pasaría a estar determinada por la capacidad de reunir una mayoría en el Parlamento, y no por pertenecer a la lista más votada y ser propuesto por el Consejo Europeo.

Este es el escenario que Timmermans (consciente de lo poco probable que es que los socialistas sean la fuerza más votada) ha esbozado de forma tímida. Creo, aún así, que es harto improbable que este escenario se materialice, ya que el Consejo Europeo no aceptaría la pérdida de poder que implicaría.

De cualquier modo, la Comisión no es monocolor (esta formada por comisarios de todas las adscripciones políticas), por lo que el requisito de contar con la confianza de la cámara nunca sería equiparable al de un ejecutivo de un modelo parlamentario.

Sí creo, sin embargo que lo más importante que se dirime en esta elección es el futuro de la figura del spitzenkandidat. O se avanza en su consolidación y en el carácter directo de la elección del presidente de la Comisión o se abandona una figura que nunca fue del agrado de muchos Estados miembro. Eso nos lleva al último punto.

6. ¿Qué va a pasar con el spitzenkandidat?

Originariamente, el nexo entre ser el partido más votado en las elecciones europeas y obtener la presidencia de la Comisión no estaba tan claro. Es en 2004, con la elección de un conservador como presidente (el primer ministro portugués Durão Barroso) para así abortar la candidatura del liberal Verhofstadt cuando la elección de la presidencia de la Comisión quedó vinculada de forma oficiosa a los resultados electorales y a la primacía incontestable del Partido Popular Europeo.

En este sentido, la introducción de la figura del spitzenkandidat (que no se halla incluida en ningún tratado o texto legal) y la elección del conservador Juncker en 2014 (a pesar de la reticencia de varios líderes nacionales)  supusieron el comienzo de un incremento progresivo de la vinculación de la presidencia de la Comisión a las elecciones y a la confianza del parlamento.

Sin embargo, la figura del spitzenkandidat se halla en estas elecciones más cuestionada que nunca. Al hecho de que el único partido con opciones reales de ganar la elección (el EPP) haya elegido a un candidato sin experiencia en el Consejo Europeo y escasa popularidad más allá de la burbuja bruselense se une el hecho de que tanto ALDE como los verdes hayan optado por nominar a varios candidatos en vez de a uno solo, de forma que el personalismo inherente a la figura del spitzenkandidat ha quedado diluido. De igual forma, el presidente Macron ha manifestado estar en contra de la figura, y no es descartable en absoluto que opte por influir en el Consejo Europeo para que éste proponga a un candidato diferente.

Con todo, el poder de los líderes nacionales no es absoluto: el Consejo Europeo está limitado por las atribuciones con las que cuenta el Parlamento Europeo, que ha de otorgar su confianza al candidato propuesto por el Consejo. Y el Parlamento Europeo ya ha dejado muy claro en reiteradas ocasiones que no ratificará el nombramiento como presidente de la Comisión de nadie que no haya sido candidatio de uno de los partidos que concurren a estas elecciones. Nos hallamos, pues, a las puertas de un choque entre instituciones.

El Consejo Europeo de Sibiu la semana pasada reflejó la toma de posiciones de las distintas instituciones: en su conferencia de prensa, el presidente del Parlamento Europeo recalcó que no respetar el spitzenkandidat supondría “un intento de limitar la libertad democrática”, mientras Macron reiteraba su visión de que el spitzenkandidat no debería existir hasta que no haya listas transnacionales en las elecciones europeas.

Todo parece sugerir, pues, que nos encaminamos a un pulso de gran trascendencia institucional entre el Parlamento y el Consejo Europeo, que determinará no solo la pervivencia de la figura del spitzenkandidat, sino también cuál es la institución que verdaderamente asume el rol de kingmaker en el futuro: o bien el Consejo Europeo como formateur, o bien el Parlamento Europeo otorgando su confianza.

Estas elecciones dirimen, en consecuencia, cuál es la dirección en la que se encamina la Unión: hacia una lógica intergubernamental en la que las estructuras y procesos propios de una organización internacional se impongan, o hacia una progresiva adopción de los mecanismos de gobernanza y de equilibrio institucional propios de los regímenes parlamentarios del continente.

Cuando el domingo 26 metamos una papeleta en la urna, vamos a estar contribuyendo a que la Unión siga avanzando y transformándose, aunque hoy en día sea complicado anticipar en qué dirección. Por ello es tan importante movilizarse y votar: porque nunca hemos tenido una opción tan clara de contribuir a que la UE se convierta en aquello que entre todos queramos que sea.


Arman Basurto, assessor legal al Congrés dels Diputats, escriu articles a Agenda Pública i altres mitjans i màster en Relacions Internacionals a la Universitat Pompeu Fabra, entre d’altres. És membre de deba-t.org des de l’any 2016.