La percepción que tenemos de nuestro entorno depende, en gran parte, de las etiquetas con las que lo describen. De tal manera que, la propia percepción que tenemos de la economía española va estrechamente ligada a los calificativos que le vemos atribuida. Tanto es así, que a estas alturas es difícil estar abiertos a estímulos positivos en este terreno, cuando, por lo general, en España, “crisis” se ha convertido en el acompañante preferido de “economía”.

No es nuevo decir, una vez más, que la situación económica de nuestro país está en horas bajas, pero también habría que decir, de nuevo, que el origen de la(s) crisis se sitúa varios años atrás, por lo que la responsabilidad no puede ser asumida por un solo actor: el crecimiento económico se concentró en la triste especulación inmobiliaria, hay un déficit formativo en buena parte del mercado laboral (rígido en relación a las necesidades económicas de nuestro país), hay un problema de competitividad, de productividad… Y muchos colaboraron para que así fuera.

“La innovación distingue a un líder del que sigue”, dice Steve Jobs. China podría fabricar todos los coches del mundo, pero… ¿Podría pensarlos? Necesitamos, especialmente en un momento en el que la estructura económica de nuestro país está en crisis, gente que lo haga, gente que compita por lanzar al mercado las mejores ideas, personas que decidan hoy emprender un proyecto… Y por ello, parece imprescindible que aquellos que poseen los medios para facilitar que una idea sea puesta en marcha, lo hagan, especialmente, si estas benefician al conjunto de la sociedad. No hay que olvidar que muchos empresarios (¡no todos!), antes de serlo, fueron emprendedores que arriesgaron su capital, que acabó por crear puestos de trabajo; y que no hay asalariado sin persona que pague un salario, ni empresas que perduren, sin emprendedores que innoven.

Ahora bien, aquellos que poseen medios para facilitar esta complicada tarea, no deberían extender sus brazos más allá de lo estrictamente necesario. El economista Marc Vidal alertaba de ello en los siguientes términos: “Hay una voluntad ciega por crear un cuerpo social dependiente, supeditado a la dinámica administrativa y, fundamentalmente, poco crítico. Me desespera el escaso impulso de nuestra sociedad en términos de reacción ante lo injusto o lo impresentable. Parte de la fórmula estratégica elegida para lograr ese silencio humillante es el de impedir las capacitaciones de la gente para atender sus propios destinos”.