[por Andreu Marin, licenciado en Ciencias Políticas por la Universitat en la Pompeu Fabra y socio de Deba-t, para Deba-t.org]

El papel y la relevancia que han tenido los partidos de extrema derecha en Europa ha sido muy desigual. De hecho, si se repasan los numerosos casos que existen, no se puede extraer un patrón común sobre este tipo de formaciones, sino que nos encontramos ante fenómenos aislados.

Austria, Bélgica, Dinamarca…

En países con sistemas electorales proporcionales, la existencia de estos partidos dificulta que el centro-derecha pueda gobernar en solitario. Y es entonces cuando surge el dilema de gobernar en coalición con la extrema derecha, con el consabido agravio de recibir acusaciones por pérdida de credenciales democráticas, por el contrario, optar por gobernar junto a partidos socialdemócratas o, incluso, pasar a la oposición.

El caso austríaco sirve para ilustrar la anterior reflexión. A raíz de la alianza entre el centro-derecha y la extrema derecha del país, el Gobierno recibió sanciones y condenas por parte de la UE y Estados Unidos. De hecho, el propio presidente francés, Jacques Chirac, llegó a afirmar “Viena se ha puesto en la situación de quién rompe el contrato fundacional de la UE”. No obstante, y a pesar de las acusaciones de fascismo que también recibió de la oposición, las políticas llevadas a cabo no tuvieron coste electoral alguno para los “populares” austríacos. De hecho, en la siguiente convocatoria electoral, se convirtieron en la primera fuerza política del país, tanto en número de votos como en número de escaños, algo que no sucedía desde 1966.

En otros lugares, como en Bélgica o Dinamarca, apostaron en su momento por una fórmula de Gobierno entre el centro-izquierda y el centro-derecha para evitar que la extrema derecha se hiciera con el poder. Asimismo, en Noruega, se llevó a cabo un “frente” entre todos los partidos de izquierda para evitar el ascenso al poder de los extremistas. Por otra parte, en Italia, con la entrada de la Liga Norte en el Gobierno, el partido de Berlusconi, Forza Italia, bajó en porcentaje y número de votos, mientras que la Liga no solamente se consolidó en el sistema de partidos, sino que experimentó una tendencia al alza.

El caso francés

Pero, si hay algún caso que ha sido objeto de debate en la prensa de medio mundo, es el del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen. Éste, tras haberse presentado anteriormente a las elecciones presidenciales francesas y obtener unos resultados mediocres, se hizo con un 16,86% de los votos en las elecciones del año 2002.

Le Pen, gracias a su radical discurso en materia de inmigración, logró penetrar en los barrios obreros franceses, donde hay más conflictos con este sector de la población, y arrebató a los partidos de izquierda un voto que, hasta el momento, había sido fiel…

Su éxito en aquellas elecciones fue rotundo, lo que le llevó a una segunda vuelta contra el propio Chirac. Y, a pesar de la previsible derrota, Le Pen logró colocar en la agenda política el debate sobre políticas de inmigración y obligó al resto de partidos a reestructurar su posición con respecto a este tema.

De hecho, cinco años después, el candidato de la UMP y actual presidente francés, Nicolas Sarkozy, hizo especial hincapié en la inseguridad ciudadana, relacionándola con la inmigración. De algún modo, Sarkozy se vio obligado a recoger las demandas de la extrema derecha francesa si su objetivo era lograr la presidencia del país. En esas elecciones, en 2007, Le Pen apenas llegó a sumar el 10% de los votos, pero ya se había apuntado otro tanto: había logrado influir en la ideología de uno de sus principales adversarios políticos.